miércoles, julio 22, 2009

Relato

Me encuentro en la cima de una montaña, después de atravezar un profundo valle. Un valle que ahora se encuentra un algún lugar debajo, lejano pero siempre latente, siempre presente.

Aquí, en esta cima, puedo ver el cielo con una inmensa claridad. Puedo ver las nubes y el cielo mutar. Veo el sol ascender y caer, sus destellos y las sombras. Veo el sol y su corola en un eclipse surreal. Veo la luna y veo la aurora. Veo el ocaso y la penumbra. Veo la tierra y su fertilidad, veo sequía y erosión.
Entonces miro bajo mis pies. El tiempo ha llegado de descender. Aquí en la cima, justo en el cénit, tengo dos mundos gemelos a mi alrededor.

A mi izquierda, el corazón. Veo ríos de sangre y de llanto. Veo mares tempestuosos llenos de baquios. Placeres infantiles, tan mundanos y perpetuos. Veo remolinos, espirales y revuelo. Allí donde no veo cima más alta que esta sobre la cual me encuentro en estos momentos. Sé a dónde dirige, se en donde culmina; donde el tiempo nunca termina.
A mi derecha, el puño y el poder.
Veo una espesa neblina. Un espacio vácuo y tan excelso. Veo un jardín tan vasto y exhuberante. Veo el lugar del todo lo que es, y aqullo que no es. Veo un lugar lleno de luz, imponente y desconcertante.

Qué sigue una voz me cuestiona. Un espectro me aconseja y un espejo me libera.
El tiempo corre.
Sobre mi una Luna llena se oculta entre las nubes pasajeras, grices y un tanto purpúreas.

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