sábado, diciembre 19, 2009

La revolución de la mente II

Entre sonidos extraños se disuelven mis gustos por la armonía.
Entre imágenes impuras se disuelve todo rastro de una infancia en su vejez.
Olvidada, y ya perdida.
El tiempo acontece en un lugar tan particular, alejado de todo ser y toda voz.
Que el único relato que es testigo de éste infame precipicio,
es el llanto de un demente que no sabe ya volver.

Las acciones pierden su sentido ante la ausencia de testigos.
Las palabras se asemejan a ruidos de hojas secas revolcándose entre el aire.

El genio muere cuando no sabe labrar su propio camino,
y entonces sucumbe ante las piedras maléficas de su desolación.

Ahora, el sonido es más agudo, más sombrío,
y más revelador.
El dolor se multiplica cual gotas de una lluvia que no sabe del perdón.

Las voces y presencias que ahora acosan mi existencia,
son semillas de una sombra que no sabe del placer.

Sin un nombre,
sin presencia,
el demente se cuestiona su pesar,
su insistencia ante el infierno
su placer por el temor.
Y en las puertas del olvido donde yace su ilusión.
El demente es un profeta, a un segundo del valor.

Ser;
el último verbo que se escucha alrededor.

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