Un hombre vicioso se postra ante una estatuilla de arcilla, cubierta de hojas de oro e incrustaciones de oxidiana cual si fuesen unos profundos, enormes y bellos ojos. El hombre le hace una reverencia, se arrodilla y pone su frente al ras del suelo mientras pronuncia: "Soy un hombre enfermo, una bacteria crece dentro de mí y se multiplica. Se alimenta y sacia de mi carne... me carcome por dentro y siento por esto un terrible y continuo dolor". Entonces el hombre guarda un solemne y prolongado silencio que deja todas las cosas en un estado casi de petrificación. Es así que el hombre se disuelve, y la estatuilla cobra vida en su consciencia que se pierde hacia lo desconocido.
Después de un largo y tranquilo silencio, el hombre despierta en una habitación, frente a un espejo que muestra el reflejo del entorno, sin hombre alguno. El hombre intenta moverse, pero no puede lograr que ninguna parte de su cuerpo le responda salvo sus ojos. Sin más, el hombre mirando de un lado a otro comienza a caer en una aguda desesperación hasta el momento en que, al punto de la locura en el transcurrir de varios minutos, una voz le llega desde el espejo revelador y le llena de una desbordante calma.
-Enfermo, dices? ¿Y a qué es lo que llamas con ese nombre? ¿Le llamas enfermedad a aquello que crece dentro de tí, te sientes alfigido y apaleado por aquello que según tú te causa dolor? Pero qué decir de aquello que es causa de lo que a tí te parece incomodo y desafortunado. Durante toda tu vida te has dedicado a saciarte, a llenarte y a saciarte una vez más. Durante toda tu vida has conocido del placer y del dolor, y del primero no has entendido otra cosa más que aquella de colmar tus necesidades. Durante toda tu vida te has llevado al exceso del placer, pues tus necesidades son nocivas para tu calma. tu mente no puede estar con ellas y menos sin ellas, pues de ser así te parecería inútil tu propia existencia. Dirigido únicamente por ese extremo de autosatisfacción, te llenas día tras día del vicio que ahora crece denttro de tí. Las cosas que tanto te han gustado ahora no son sino el preciso elemento del cual debes abstenerte, pues tu exceso le ha llenado dentro de tí y en su acumulación se ha engendrado tu propia muerte. ¿Qué decir de todo esto? Durante toda tu vida has entonces, llamado a la muerte y ahora que esta por fin ha venido a tí y dentro de tí crece le llamas enfermedad. Siempre le has anhelado, le has deseado, le has consumido, le has depredado, le has corrompido, le has mutilado y le has llamado tuyo. Ahora es como tú y dentro de tí se gesta. Ahora le sientes al fin, como es que dentro de tí fluye y dentro de tí prolifera. Por qué es que buscas detenerle, ahora que ella, la muerte, crece dentro de tí cual una hermosa nueva existencia. ¿O acaso has hecho algún otra cosa en tu vida? Algo de provecho que deba justificar el que esa bacteria perezca y tu le sobrevivas. Si sólo has hecho más que entregarte a la glotonería y a la satisfacción. Nada has hecho que te de más valor que aquello que en tí y por tí da paso a una nueva creación. O dime, con absoluta sinceridad, qué es lo que has hecho que te haga meritorio de tu sanación... He aquí, lo que tú eres, tu reflejo hecho carne. Tu enfermedad hecha sangre. Tu infección hecha ilusión, y también, realidad. He aquí lo que tú eres, una abnegación de la vida. En tu glotonería te has acaecido un vicio, y en tu vicio te has forjado un ciclo; tú mismo te has convertido en un ciclo. Y la vida no es ninguna de estas cosas, pues su flujo es eterno y tu crees sostener la vida en tu aliento, más no eres sino un fragmento en el aliento de la vida, que en su curso natural sólo debe morir. Dentro de tí crece ese nuevo anhelo de vida que se alimenta de tu muerte, y tú, en tu ilusión, no haces sino quejarte, lamentarte y mostrarte comalido. Te aferras a tus necedades y en ellas te revuelcas junto a tus necesidades. Y en el ciclo en el cual te enjaulas, sólo sabes cubrirte de falsedad y pedir la redención. Absurda sanación... ¿Y qué diablos has hecho para merecer la supervivencia? La cual idolatras como un elixir, como una mágica receta... tus ansias de eternidad. Mirate nada más. La vida es eterna y es finita, la vida que sólo se fortalece con el paso del tiempo y en este crece también la muerte. Un tiempo insubsistente en el cual tu encuentras tu momento... patético... !No eres en nada como la vida! Y sin embargo crees absurdamente que en tí la vida es magnificente.
El hombre lentamente comienza a moverse. Primero su cuello, después y únicamente su abdomen.
-Mira a tus hermanos.
El espejo muestra entonces una ciudad, distintas escenas de la vida citadina, de su día y de su noche.
-Mirales, cómo es que ellos también han cazado, han absorbido, han depredado sobre esta tierra y a sus cosas se aferran, ellos también se llenan de ilusiones como tú. Tú eres parte de ellos y ellos son parte de tí. Ustedes son uno mismo y ahora sin ilusiones observa como es que ellos poseen. Es así como anida dentro de ellos la ilusión que ahora a tí te alfige, y a ustedes los pudre por dentro. Más este momento para tí es efímero, porque en realidad sólo sales a flote de tus enfermedades y tus fantasías cual tu cuerpo que se hunde en emociones infecciosas y vinculantes, al igual que un hombre en alta mar sale fatigado por una ansiosa bocanada de aire de entre las furiosas olas que lo sofocan.
El espejo entonces cambia, y muestra nada sino vacío representado por una estela de humo sobre un fondo carente de color.
-He aquí, el trasfondo de tus dolencias, de tu dolor y de tu ingenuidad. Debes aprender justo ahora que el amor termina justo como el aliento que anima al ser humano, y aquello a lo que le llamas "tu vida" no siempre termina con un gran dolor sino también con un gran amor... y estos se mezclan hasta la confusión... o quizás mejor dicho, hasta su disolución. Es momento de que comprendas que el final, es un concepto que como tal, pretende marcar la división imposible de un flujo tangible y demasiado real... tan real que quizá sea esta la razón de que pase tan desapercibido.
Entonces el espejo desaparece. La poca luz que mostraba sombríos los rasgos de la habitación desaparece y entre sombras intensas se escucha agitada la respiración del hombre quien pronto despierta. Con la frente en el suelo y frente a la estatuilla, el sujeto levanta la mirada y a esta le mira, lleno de extrañeza y una sensación aguda de desorientación. Inhala intensamente y entonces, sus ojos se vuelcan hacia arriba al momento que se le escucha exhalar su último soplo de vida. Su cuerpo pierde fuerza y cae al suelo frente a la estatuilla, inerte y palidecido.
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